“Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová”. Levítico 19:32
Moisés tenía 80 años cuando Dios lo envió a faraón. Abram 75 años cuando Dios lo llamó a cambiar el rumbo de la humanidad. Sócrates 70 años y Platón 60 cuando nos dieron algunas de sus mejores obras. Miguel Ángel escribía poesía y esculpía a los 89. El músico Strauss componía muy bien a los 80 años. Phillips Brooks, (el gran predicador norteamericano), todavía estaba lúcido y enseñando aun a los 84. Tristemente en una cultura como la nuestra donde se idolatra la juventud, ya no tenemos ni respeto ni lugar para los “viejos”. Todos queremos ser jóvenes claro, pero nadie quiere envejecer. Esta actitud nos ha traído consecuencias desastrosas. PRIMERO, nos ha deshumanizado. Hoy en día hay personas que se preocupan más por su perro con cáncer, que por sus padres viejos y enfermos. SEGUNDO, nos ha hecho unos idiotas olvidadizos. Tratamos mal a los viejos, pero olvidamos que algún día nosotros también lo seremos ¿y cómo esperamos que nos traten? TERCERO, nos ha hecho mal agradecidos. ¿Acaso hemos olvidado que cuando fuimos pequeños nuestros padres nos dieron su tiempo, recursos, nos cambiaron el pañal, y nos llevaron al doctor? ¿Por qué no hacer lo mismo ahora que son ellos los que necesitan todo esto? Finalmente, ser viejo no es estar acabado. Los “viejos” aún tienen mucho que dar, ya sea por medio de lo que hacen, por medio de su experiencia, o los dos. Así que no relegues a tus padres, o los viejos en general a la esquina de un cuarto o de tu corazón. “Hónralos, y levántate delante de sus canas”. Valora lo que tienes.