“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová.” Levítico 10:1–2
Una de las cosas más interesantes de transitar por un cementerio es leer los epitafios. Extrañamente, aunque el difunto ya no está para decirnos nada, su epitafio todavía tiene mucho que decirnos. Por ejemplo, un epitafio dice: “Aquí yace un famoso cardenal que hizo más mal que bien. El bien que hizo lo hizo mal; el mal que hizo, lo hizo bien.» Otro dice: “Acá yace Juan García, que con un fósforo un día fue a ver si había gas, y sí había.” Finalmente, otro dice: “Aquí yace mi mujer, fría como siempre.” La verdad entonces es que, aunque los muertos ya no hablan, todo lo que hicieron y dijeron en este mundo sigue presente con los vivos. Pero ¿Qué de ti?, y ¿Qué de mí? ¿Qué es lo que va a decir nuestro epitafio? En el versículo de hoy vemos a dos jóvenes, Nadab y Abiú hijos de Aarón, que aún ahora (miles de años después) son conocidos por ser una vergüenza al pueblo de Israel. Por ser desobedientes, rebeldes, indisciplinados, arrogantes, y por haber muerto de una manera terrible como consecuencia del castigo de Dios. Mira bien qué es lo que estás dejando para los vivos. ¿Qué es lo que dirá tu epitafio? Recuerda que Dios nos pide tener un buen testimonio. Y que el buen o mal testimonio que des, te va a seguir aún después de la muerte. Si tienes algo que cambiar considera hacerlo, todavía estas a tiempo.