“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.” Gen. 1:27
La intención de Dios fue, es y será dar a la vida plena satisfacción y deleite. Al crearnos a su imagen Él nos otorgó de dignidad, valor e identidad, y al mismo tiempo de complementariedad. Veamos pues hoy el corazón de una mujer.
No toda mujer quiere una batalla que pelear, como lo anhela un hombre, pero toda mujer anhela que peleen por ella. Debemos oír la añoranza del corazón de una mujer. Ella quiere ser más que observa, quiere ser más que deseada; en verdad quiere ser la prioridad para alguien, quiere ser apreciada y que luchen por ella. Sus sueños infantiles de un caballero en armadura brillante que llega a rescatarla no son fantasías de niña, es el núcleo de su corazón femenino. Pero también quiere ser fuerte y formar parte de la aventura, no quiere ser la aventura, sino quedar atrapada en algo más grande que ella misma.
La mayoría recordaran haber jugado de niñas a “vestirse”, o con el día de la boda cuando se ponían esas faldas con forma de campana, esos vestidos largos y sueltos que son perfectos para hacer girar. Muchas recordaran que se pusieron su vestido hermoso, luego entraron en la sala donde estaba su padre para dar vueltas frente a él, diciéndose en su corazón ¿Me ves? ¿Estás cautivado por lo que ves? Y esto porque toda niña ansía captar el deleite de su padre, los mismos que son los instrumentos de Dios para dar la seguridad de su identidad.
Gran parte de la promiscuidad sexual entre los adolescentes es el resultado de que sus padres no les afirmaron su identidad femenina al manifestarles lo orgullosos que estaban de las características de su personalidad y belleza. También el mundo mata el corazón de una mujer cuando le dice que sea severa e independiente, y que únicamente busque la realización personal en su profesionalismo. (F-)