“Mientras callé, se envejecieron mis huesos.” Salmo 32:3
¿Qué haces cuando fallas o cuando pecas? Si eres como todos los demás (una persona normal) una de las primeras cosas que haces es, excusarte. A nadie le gusta reconocer sus errores, y es por eso que cuando fallamos tratamos de tapar esas fallas generalmente de cuatro maneras. Lo negamos: descaradamente decimos que no fuimos nosotros, y les hacemos saber a los demás que todos pueden fallar, excepto “Yo.” Lo racionalizamos: es decir tratamos de justificarlo de alguna manera (es que somos pobres, borrachos. Es que esa iglesia no me ayudó etc.) Lo evadimos: enfocamos nuestras fuerzas en preocuparnos en algo más, excepto en reconocer que hemos fallado. Lo suprimimos: enterramos nuestras fallas en el fondo del corazón, y en la parte más alejada de nuestra mente.
Ninguna de estas formas, es la manera correcta de enfrentar nuestras fallas y pecados. Más bien nos hacen daño. Eso es lo que nos muestra el rey David en el versículo de hoy. David dice, “Mientras callé, se envejecieron mis huesos.” Él no quería reconocer que había fallado, y eso lo estaba carcomiendo por dentro. Pero luego en los siguientes versículos también dice que cuando reconoció y confesó su pecado, todo fue diferente. Como creyentes estamos llamados a reconocer que somos pecadores, y confesar nuestro pecado a Dios, y luego al que hemos ofendido. No te calles, eso es de cobardes. Coge la vía más difícil, pero también más satisfactoria, reconocer y confesar. Dios no espera que seamos perfectos, pero sí lo suficientemente humildes para reconocer y confesar nuestros pecados.