Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre. Jn.2:23-25
¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; Sal. 42:11
En el primer texto bíblico vemos que al recibir sanidades muchos creyeron en Jesús, sin embargo, él no confiaba en ellos, por cuanto conocía sus corazones. Jesús sabía que la recepción de bendiciones y regalos no cambia el corazón de las personas, aunque momentáneamente se muestren tan eufóricamente agradecidos. ¿Y porque es así? La misma biblia lo contesta diciendo que el corazón del hombre es tan engañoso y perverso que nadie puede comprender. En verdad en los únicos que Dios puede confiar es en aquellos que tienen el corazón quebrantado, y que reconocen que el pecado habita en ellos. Dos años después de recibir estos milagros este grupo de personas que “creyeron en Él” gritaron frente al patio de Poncio Pilato ¡crucifícalo!
Todas las naciones del mundo hoy en día ponen la esperanza en los “salvadores” políticos, desconociendo la realidad del corazón humano, llegando cada vez a una gran frustración; pero sin embargo nuevamente ponen la esperanza en los nuevos políticos creyendo que estos están inmunes al pecado y que cambiaran la realidad. Dios nos expresa en el segundo texto citado de hoy que debemos poner nuestra esperanza únicamente en Él. Cuando un pueblo reconoce que ha abandonado a Dios Quien es el fundamento para la moral, y le llega a reconocer como el redentor por haber puesto fin al poder del pecado a través del cruento sacrificio de los siglos; entonces estaremos poniendo la esperanza en un fundamento firme. – (F)