El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta. (Jn. 7: 17)
Cuando sabes que debes hacer algo que Dios anhela, y lo haces, en el acto llegas a saber más. Es por esto que es peligroso rehusar seguir aprendiendo y progresando en el conocimiento. Sin embargo el conocimiento llega a ser conocimiento únicamente si ya lo hemos aplicado, o lo hemos puesto en práctica.
El ser humano promedio de hoy en día tiene una cabeza grande y un pecho plano; en otras palabras tiene la cabeza llena de saber, pero una voluntad tan endeble que no pone en práctica lo que aprende. Es por esto que en la antigüedad se consideraba a los hombres de voluntad firme y a su vez diligentes, como “Hombres de pecho”.
El humanismo moderno ha afectado tanto a este estilo de vida, ya que éste comienza con la premisa de “Pienso, luego existo”; dando a entender que el origen de todo comienza en el pensamiento del hombre, y que las convicciones son el resultado de lo que el razonamiento logra deducir. En cambio el cristianismo muestra que las convicciones son el resultado de la puesta en práctica de lo que Dios enseña. Es por esto que Jesús dice: “El que esté dispuesto hacer la voluntad de Dios, llegará a conocer (por la experiencia) que las palabras de Dios son verdaderas y tienen poder”. Por ejemplo si ponemos en práctica la palabra de Jesús que dice: “busca primero el Reino de Dios y Su justicia, y todo lo demás será añadido”, experimentaremos que no sufriremos de ansiedad frente a las crisis de la vida, especialmente las económicas. De igual forma, si ponemos en práctica para el éxito del matrimonio las palabras de Dios dadas desde el principio de la humanidad que dicen: “Y dejara el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos llegaran a ser una sola carne”, experimentaremos verdadera unión conyugal, en otras palabras un matrimonio feliz.
Y al experimentarlo estas enseñanzas, no solo llegamos a saber sino a tener convicciones de vida. _ (F)