“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11.25)
Pocas cosas hay en la vida que nos aterran tanto como la muerte. Y es que la muerte nos llega a todos, no respeta nada, edad, condición social, económica o los títulos obtenidos. Le llega al pobre, al rico, al sabio, al tonto, al viejo, al niño, al hombre, a la mujer, al pagano y al cristiano. Pero claro, esto no siempre fue así. La Biblia enseña claramente que la muerte no fue parte del plan original de Dios para la humanidad, sino que vino como resultado del pecado del hombre. Y aunque fue nuestra culpa, en su misericordia, Dios nos ha provisto con la oportunidad de no morir eternamente en el infierno sino de vivir por siempre. Y esto es posible solamente a la resurrección de Cristo. Si Jesucristo hubiese tan solo muerto por nuestros pecados, nosotros hubiésemos sido perdonados. Pero no viviríamos para poder disfrutar de la vida eterna ya que la muerte de Cristo tiene que ver con el perdón de pecados, pero no con volver a vivir. Sin embargo, porque Cristo resucitó es que la Biblia nos promete también que algún día nosotros también vamos a resucitar para vivir eternamente con Dios. Así que no solo es la muerte de Cristo la que es importante para el creyente, sino también la resurrección. Gracias a la resurrección de Cristo, para nosotros los creyentes la muerte no es más que la puerta hacia la nueva vida. El gran predicador D. L. Moody dijo una vez, “pronto leerán en los diarios que estoy muerto. [Pero hermanos] no crean eso ni por un segundo…porque estaré más vivo que nunca…con un cuerpo que la muerte no puede tocar, ni el pecado manchar”. Así que, ¿estás listo para enfrentar a la muerte? El cristiano siempre lo está.