“Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo)”. Juan 1.41
Cuenta una historia que una mujer llamada Sofía había orado por doce años para que Dios hiciese de ella una misionera en tierras extranjeras. Sin embargo, un día después de orar, Dios le hizo dar cuenta de un detalle muy importante. Sofía había nacido en Alemania, pero ahora vivía en América. En el piso arriba de donde Sofía vivía, había una familia sueca, y en departamento de más arriba, una familia italiana. Y a la izquierda de la familia italiana, vivía una familia suiza. Después de pensar en todo esto, Sofía se dio cuenta que lo que Dios le estaba diciendo, era que ella no tenía que irse lejos a otro país para poder compartir el mensaje del evangelio, ella podía hacerlo allí mismo donde estaba, a su alrededor. En el pasaje de hoy vemos algo parecido, vemos como Andrés después de conocer a Cristo, va a compartir el evangelio con Pedro, quien era su hermano de sangre. Este pequeño versículo, nos enseña una verdad muy grande. Que en los tiempos del Nuevo Testamento, el evangelio no se esparció mayormente por causa de los misioneros, sino más bien porque cada cristiano compartía el mensaje del evangelio de manera natural con aquellos que estaban a su alrededor.
Los misioneros en los tiempos del Nuevo Testamento fueron la excepción a la regla, nunca fueron la regla. Lo que sucedía era que todo cristiano compartía el mensaje mientras estaba en sus talleres trabajando, en sus familias, etc. no como algo forzado, sino de manera natural. Esto es algo que frecuentemente tenemos que recordar, porque a veces pensamos que solamente los misioneros son los que pueden (y deben) compartir el mensaje del evangelio con los demás. Sin embargo, la Biblia nos enseña que somos todos nosotros los que podemos (y debemos) compartir el evangelio de manera natural con aquellos que están a nuestro alrededor. Así que, no dejes para mañana, (o para el misionero), el mensaje que tú puedes compartir hoy.