He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.(Sal. 51:5)
Cuando la pasión se enciende la maldad no tienen límites. En nuestro país hemos sembrado discordias a todo nivel, y esto se evidencia en los brotes de violencia que hemos visto a través de las manifestaciones. Sin embargo, al examinar las raíces del descontento generalizado que observamos en el país, vemos un factor importante que salta a la luz, y es el sentimiento de desilusión, de decepción y de defraudamiento que se evidencia por todo lado. Estos sentimientos que pueden llevar a la violencia nacen principalmente debido a una falsa concepción del ser humano, ya que pensamos que a quienes elegimos como nuestras autoridades, no son susceptibles de corrupción, que, aunque tengan las oportunidades de enriquecerse, no nos van a defraudar, porque pensamos que podrán siempre por delante el bien de los demás.
Frente a esto debemos ver la concepción que Dios tiene del ser humano. Por ejemplo, el apóstol Juan en su evangelio nos relata lo siguiente: Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos… (Jn. 2:24) Jesús sabía que, aunque el ser humano es hecho a la imagen de Dios, sin embargo, al rechazar a Dios en el jardín de Edén adquirió una naturaleza egocéntrica, y que por lo tanto necesita ardientemente volverse a Él y depender de El en todo tiempo para no caer.
En nuestra cultura moderna al vender la idea fácilmente de que Dios ya no existe, nuestra nación ha quedado desprotegida, sin este temor reverente a Él, ya que sin este temor toda persona es susceptible a la corrupción; y es que cuando un ser humano confía en su propia bondad y capacidad para el bien, aparte del temor santo a Dios, el peligro de caer es inminente.