“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. (Ap. 21:1)
Somos seres del tiempo, pero diseñados para la eternidad. Un imperio no es eterno, una nación no es eterna, pero un individuo sí lo es; es por eso que el ser humano es más grande que cualquier institución.
Dios nos creó para experimentar la vida, y la vida es mucho más que existencia; mucho más que respirar, hablar, movilizarse y sentir placer momentáneo. La vida verdadera se caracteriza por el gozo (deleite) y paz profunda que brotan de un corazón engendrado por el Espíritu de Dios. A través de la redención obrada por nuestro Señor Jesucristo, Dios sacó a la luz la vida y la inmortalidad, y los que hemos experimentado su redención, aun en este mundo caído podemos experimentar este gozo y paz profunda como un anticipo de lo que experimentaremos por la eternidad en el reino que El Hijo de Dios está preparando para sus seguidores.
Pero: ¿Es real el cielo? si este no fuera real, toda la historia de la salvación carecería de sentido, toda la “locura” de Dios al entregarnos a Su Hijo unigénito, toda la inflamación de su amor al entregarnos el todo por el todo, en un perfecto y único plan de rescate por la humanidad no tendría explicación. Pero el cielo es real por cuanto Jesús venció la muerte y ascendió a Su Padre para enviarnos Su Espíritu quien nos reveló los detalles de Su reino y nos aseguró que vendrá para instaurar el mismo. Por lo tanto, no hay una “chulla vida” sino una vida eterna por experimentar.