Apreciando correctamente nuestras bendiciones”

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“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!” Apocalipsis 3.15

 

Hace algún tiempo atrás Bevery Hills tenía una población aproximada de 30.000 habitantes. En aquellos días rentar un lugar para vivir podía costar hasta 87.000 dólares al mes. Interesantemente en esos días, Bevery Hills también era la ciudad con más psiquiatras en el mundo, con aproximadamente 1 psiquiatra por cada 170 habitantes. El versículo de hoy esta dirigido a una ciudad parecida a Bevery Hills, una ciudad llamada Laodicea, el hogar de los ricos y famosos, de banqueros adinerados, de operaciones millonarias y lujos incomparables. Cuando los primeros cristianos en Laodicea aceptaron al Señor Jesús, su corazón estaba lleno del típico fuego espiritual y entusiasmo que caracteriza a un nuevo creyente. Pero los años habían pasado, y ahora las nuevas generaciones habían dejado ese amor por el Señor a un lado, y se habían enamorado de sí mismos, y de sus lujos. Esta nueva generación se había vuelto una especie de híbrido, una mezcla que daba como resultado una clase de cristiano que era tibio. Ni frío, ni caliente. Y todo esto, como resultado de ser bendecidos con muchas cosas. Esta historia, de los hermanos de Laodicea, nos deja una gran lección a todos nosotros. Primero, nos enseña que: el que nosotros conozcamos al Señor Jesús, no garantiza que las futuras generaciones (nuestros hijos) también lo conozcan. Esta es la razón por la cual una buena educación bíblica nunca debe faltar en el hogar. Segundo, este pasaje nos recuerda que la comodidad y las riquezas, si bien pueden ser una bendición, se pueden volver una maldición si comenzamos hacer de ellas nuestra fuente de todo, (incluyendo nuestro gozo y realización) como si fueran el mismo Dios. Finalmente, este pasaje nos enseña que aun como creyentes, todavía somos propensos a ser engañados hasta el punto de llegar a ser soberbios, autosuficientes, y arrogantes. Así que, ten cuidado. Lo que tenemos, lo tenemos sin merecerlo y gracias a Dios. Y ninguna de estas cosas debería apagar el amor, el fuego espiritual, y el entusiasmo que tenemos por el Señor. Más bien debería animarlo. Cuando lo que tenemos nos comienza alejar de Dios, entonces estamos haciendo de la bendición una maldición.