«En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn.1:1)
El cristianismo ha proclamado siempre que todo lo que vemos en este universo proviene de Dios y por siglos ha enseñado que hay un Dios trascendente que existía antes que existiera el mundo y que es el origen fundamental y decisivo de todo lo demás.
La meta principal de todas las investigaciones del mundo externo ha sido descubrir el orden racional y la armonía que Dios impuso. Esta ha sido la forma de ver y comprender todas las realidades. Esto ha implicado que en todo tema que investiguemos, desde la ética hasta la economía y la ecología, la verdad se encontraba en lo creado y revelado por Dios. Sin embargo, desde el siglo 19 los científicos seculares han insistido en que únicamente las explicaciones naturalistas han reunido las condiciones para ser ciencia, por lo que ha sido muy importante en estas últimas décadas separar la ciencia de la filosofía como, por ejemplo: En los textos escolares La evolución se presenta como un hecho científico, cuando únicamente es una hipótesis no comprobada que pertenece a la filosofía naturalista.
El naturalismo comienza con premisas como: “La vida surgió de una coalición al azar de átomos, que finalmente evolucionaron hasta ser la vida humana tal como lo conocemos hoy” premisas que no se pueden probar en forma empírica. Y al ser así debemos presentarlo como filosofía y como un sistema de creencias personales, pero no como ciencia. C.S. Lewis dijo: El cristiano y el materialista creen cosas distintas en cuanto al universo. Y los dos no pueden estar en lo correcto. El que está equivocado habrá de actuar de una manera que sencillamente no se ajusta al universo real.