Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano… dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana. (Mr 3:1,5)
Cierto día entró Jesús en una sinagoga en la que había un hombre que tenía la mano “seca”, lo que significaba que su mano era inservible. Al mirarlo Jesús quiso que este hombre disfrute de la libertad de usar su mano, por lo que le dio esta orden: “Extiende tu mano”, pero: ¡Esto era precisamente lo que este hombre no podía hacer!
Durante Su vida terrenal Jesús enseñó que la obediencia a su palabra, tiene que venir primero antes de que podamos experimentar Su poder. Sin embargo, mucha gente anhela lo contrario, es decir, que venga primero Dios y lo toque, para luego obedecerlo; pero no es así la realidad, Dios primeramente nos desafía a obedecerle y los que lo hacen, experimentan Su poder. Esto es precisamente lo que este hombre experimento cuando decidió obedecerlo
Este modelo se repitió todo el tiempo que Jesús estuvo en la tierra, Por ejemplo, los diez leprosos fueron curados porque obedecieron al mandato que Él les dio desde lejos diciéndoles: “vayan al templo para que el sacerdote les declare limpios”. Y por supuesto que solo quedaron limpios cuando comenzaron a caminar hacia donde Jesús les dijo que vayan.
De la misma manera, si nosotros queremos experimentar el poder de Dios debemos estar primeramente listos a obedecerle, aunque esto, nos parezca imposible.