Todos estamos de acuerdo con el apóstol Pablo en que Dios se merece toda la gloria. Sin embargo, pocos saben realmente lo que esto significa, o cómo aplicar esta verdad a sus vidas. La palabra gloria se deriva de la palabra griega δόξα (doxa) que significa grandeza, esplendor, excelencia, magnificencia, señorío, honra, honor, alabanza, y resplandor. Darle la gloria a Dios entonces significa, que todo lo que hago, mi trabajo, mi dinero, mis estudios, la manera en que hago negocios, la manera en que me visto, converso, bromeo, pienso, o lavo los platos. Todas estas cosas deben reflejar la grandeza, el esplendor, la excelencia, la magnificencia, el señorío, la honra, el honor, la alabanza, y el resplandor de Dios en mi vida. Y esto, dicho sea de paso, no es algo que tan solo debe pasar los domingos, sino todos los días, con todo lo que hago. Fácil es glorificar a Dios el domingo en la iglesia cuando la música nos enciende el corazón, la prédica nos anima, y la gente que nos rodea son hermanos que nos quieren y nos aman. Lo difícil es glorificar a Dios de lunes a sábado en medio de los problemas, las enfermedades, la rutina, los fracasos, y a veces incluso en medio de gente que nos odia. Es hora de darnos cuenta que glorificar a Dios no es una idea abstracta, intelectual, y sin ninguna aplicación práctica para la vida. De hecho, es lo opuesto. Una actitud permanente en todo lo que hacemos. Una actitud que debemos mostrar de lunes a domingo, y que debe reflejar la grandeza, el esplendor, la excelencia, la magnificencia, el señorío, la honra, el honor, la alabanza, y el resplandor de Dios en todo lo que hacemos. ¿No sabías lo que era glorificar a Dios? Ahora ya lo sabes. Lo único que falta, es empezar hacerlo.