Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas,… Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas. (Gl. 5:19)
La concepción de lo que es un ser humano ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Mientras que antes se describía al ser humano constituido por cuerpo, alma y espíritu; hoy se le percibe únicamente como un ser material desprovisto de lo espiritual. Por ejemplo Sigmund Freud el padre de la psicología y uno de los pensadores más influyentes para el comportamiento, redujo a los seres humanos a animales complejos, ya que rechazó explicaciones de la conducta humana como “pasados de moda” por el hecho de que estaban expresados en términos teológicos; por ejemplo pecado, alma y conciencia, los sustituyó por instintos e impulsos, términos científicos que tomó prestado de la biología. En la teoría Freudiana las personas no son agentes morales y racionales sino más bien peones controlados por fuerzas inconscientes que ellos no pueden entender ni controlar.
Si los instintos y deseos tienen ahora el papel de gobernar y de determinar la conducta apropiada, entonces no debe de sorprendernos que los deseos individuales estén sobre los principios y normas morales, llevando a los políticos a crear una cantidad de derechos, mediante los cuales se pueda llegar a satisfacer los deseos de niños, adolescentes y jóvenes . Esta cultura de “derechos” está quitándoles a los niños y jóvenes la posibilidad de adquirir un carácter de virtud; es decir, el de ostentar en sus vidas responsabilidad, dominio propio, prudencia, etc. Y está haciéndolo por cuanto esta cultura de “derechos” está quitando a los padres su principal rol que es el de ser autoridad sobre sus hijos, y por lo tanto el de ejercer la disciplina.
Esta cultura estereotipa a los padres como los malos, a tal punto que ya es tiempo de hablar del abuso diario que cometen los jóvenes contra sus padres, al ignorar sus consejos y al recibir insolencias de estos por el hecho de tratar de disciplinarlos. Estamos llegando al punto en el que muchos jóvenes usan la amenaza de denunciarlos, si los padres no les permiten cumplir sus deseos a toda costa.