“Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de su padre David”. 1 Reyes 11:4
Este versículo hace que inevitablemente nos preguntemos: ¿cómo pudo Salomón, dejar que su corazón adore a otros dioses después de haber sido un hombre que verdaderamente amaba a Dios, y sobre todo, después de haber sido el hombre más inteligente y sabio de su tiempo? Sin importar lo que pensemos de Salomón, este texto nos deja por lo menos tres lecciones. Primero, el que ahora amemos a Dios, no es garantía de que en el futuro lo sigamos amando. Y esto no tanto porque Dios nos vaya a despreciar, sino más bien, porque si no nos cuidamos vamos a ser nosotros los que vamos a querer abandonarlo. Nunca hay que dejar que nuestra fe se enfrié. ¿Cómo hacerlo? Leyendo y obedeciendo la palabra de Dios. Segundo, tenemos que aprender a controlar nuestros placeres. Salomón cayó por su placer sexual. Su falta de control al satisfacer este placer hizo que tenga muchas mujeres, y estas mujeres lo incentivaron adorar otros dioses. Cuidémonos entonces para que los placeres no nos gobiernen. Los placeres, si están bajo control, son buenos siervos. Pero fuera de control, se convierten en amos sangrientos, crueles, y peligrosos. Finalmente, la última lección que podemos aprender de la vida de Salomón es que no importa quienes seamos, cual sea nuestro apellido, que tan adinerados, inteligentes, o sabio seamos, si es que no nos cuidamos, lo mismo nos puede suceder a nosotros. No seamos arrogantes, si es que le pasó al rey Salomón ¿qué nos hace pensar que lo mismo no nos puede pasar a nosotros? Así que si no quieres seguir este ejemplo, empieza a depender continuamente de Dios todos los días y para todo. Bien dice la Biblia, “Reconócelo [a Dios] en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas” (Prov 3:6).