«… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Rom. 3: 24)
El 31 de octubre ha sido eclipsado por eventos locales y otros que no tienen trascendencia como el Halloween, a tal punto que la mayoría de la población no conoce el acontecimiento que incendió al mundo y que comenzó un 31 de Octubre de 1517. Este año, hace quinientos un años, el monje agustino Martín Lutero pegó en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg sus famosas 95 tesis contra la corrupción de Roma, y con ellas, sin saberlo ni quererlo, le dio origen a la Reforma protestante.
Fue esa la primera chispa de un incendio irreversible y voraz que acabó, para siempre, con la unidad de la cristiandad occidental, y de sus llamas que todavía arden y queman y braman, aunque ya no lo parezca tanto, o aunque eso ya no importe igual porque desde hace mucho tiempo es un hecho cumplido, surgió el mundo tal como lo conocemos hoy: El mundo moderno.
Lo que Lutero quería, según sus propias palabras dichas años después, era todo menos eso, pues su prédica era la de un hombre de fe y un teólogo, un pastor, un profesor severo y temeroso de Dios que respetaba como nadie a la Iglesia Romana, su iglesia, dentro de la cual buscaba propiciar un debate moral y filosófico para purificarla, no ese cataclismo con el que casi la destruye y con el que la cambió para siempre.
En un texto suyo autobiográfico en la vejez, Lutero asegura que acabó metido en el tropel de la Reforma “por accidente”, y pone a Dios por testigo cuando dice que todo aquello fue contra su “voluntad y deseo”, con lo cual se explicaría también el tono reverente y vacilante que sus escritos tenían entonces (en 1517), pues en ellos no latía la revolución ni la ira, sino la búsqueda de la voluntad de Dios.
Esta fecha no debemos olvidarla, porque aunque en medio de tanta tragedia; salió a la luz la justificación por la fe, es decir la buena noticia de que el hombre puede ser hecho justo por la fe en la obra de Cristo Jesús.