“Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro…” 1 Timoteo 3.1–3
En estos versículos Pablo nos da el perfil de la persona que está buscando el trabajo de pastor. Esta lista es larga, e intimidaría a cualquier persona que quisiera buscar esta clase de trabajo. Sin embargo, a veces olvidamos que si bien en estos versículos a los pastores se les manda a tener un estándar ético de vida muy alto, este llamado no solo es al pastor, sino para toda la congregación. Muchos miembros de la congregación están contentos al tener un pastor que cumpla con todas esta expectativas, y de hecho le exigen que así sea, pero ellos viven bajo un estándar diferente. Sin embargo, ¿qué gana Dios cuando el pastor es el más grande ejemplo de pureza, pero la congregación el más grande ejemplo de vergüenza? Muchas personas piensan que el pastor es un trofeo a ser exhibido. Que cada vez que peleamos con alguien de otra iglesia podemos sacar nuestro “trofeo” y decir, “pero mi pastor es mejor que el tuyo.” El pastor no es un trofeo para ser exhibido, sino un ejemplo a ser seguido. Dios lo ha puesto como líder de la iglesia, para que sea imitado, porque se supone que él al mismo tiempo, está imitando Cristo. El apóstol Pablo dice en 1 Corintios 11.1 “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Así que es bueno (y correcto) exigirle al pastor que se apegue, cumpla, y viva de acuerdo al perfil que la Biblia le impone. Pero recuerda, tu pastor no es un trofeo para ser exhibido, sino un ejemplo a ser seguido. La responsabilidad cae sobre el pastor, pero también sobre ti.