“Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle”. Mateo 27.30–31
Hay muchas clases, niveles, e intensidad de sufrimientos en la vida. Hay sufrimientos necesarios, como por ejemplo el sufrimiento del estudio, dar a luz, hacer ejercicio, ir al dentista etc. Por otro lado, hay sufrimientos que no son causados por nosotros mismos. La pérdida de un ser amado, un cáncer terminal, un desastre natural etc. son cosas que nosotros generalmente no buscamos. Pero hay más, hay sufrimientos que nosotros mismos nos causamos. Un joven rebelde y un esposo infiel por ejemplo, tarde o temprano tendrán que pagar por las decisiones mal tomadas, y lo únicos responsables serán ellos mimos. Pero a más de todos estos sufrimientos, hay también una clase de sufrimiento que nosotros mismos intensificamos. Para un esposo por ejemplo es suficiente tener problemas en la casa, pero aun así, va y los intensifica refugiándose en la bebida. Una esposa que es abusada por su esposo no es algo bueno por supuesto, pero ella intensifica ese dolor quedándose callada y no buscando ayuda. Así que los matices, los niveles y la intensidad del sufrimiento en esta vida son muchos. Pero ¿Cómo enfrentarlos? Solamente hay una manera, con Cristo. Sin él, el sufrimiento puede ser, reprimido, guardado, escondido, pero nunca verdaderamente sobrellevado. Y es que solo aquel que sufrió hasta el fin y hasta el punto máximo, puede enseñarnos, y ayudarnos a sobrellevar nuestra propia angustia y sufrimiento. No importa la clase de dolor que tengas, tráelo y ponlo a los pies de Cristo, y él te enseñará y ayudará a sobrellevarlo de mejor manera. Después de todo, no hay nadie más capacitado para ayudarnos en algo, que aquella persona que ya ha pasado por lo mismo, y lo ha superado.