«Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:36)
Vemos en este texto que Jesús pide a su Padre que haga lo posible para que no tenga que enfrentar lo que está por venir, la muerte, pero: ¿Por qué Él temía tanto a la muerte? Leemos de mártires quemados vivos con cantos de gozo en sus labios. Y Jesús, de Quien pensamos como más fuerte que los hombres comunes, expresa en este texto palabras como si no le fuera posible enfrentar la muerte, y clama ser liberado de aquella hora, pero: ¿Qué clase de muerte estaba Jesús yendo a enfrentar?
En verdad solo Él sabía lo que estaba enfrentando, y era algo que el común de los hombres nunca ha enfrentado. Estaba frente a algo que solo los que se pierden para siempre en el infierno podrían explicarlo. Tomar el peso del pecado que lleva a la muerte eterna como Hijo Santo de Dios nadie podría comprenderlo, Él estaba enfrentando una experiencia única. Ahora bien para entender y comprender algo de esta experiencia debemos primeramente saber que Dios en su naturaleza no puede morir, nada en la naturaleza de Dios corresponde en forma alguna a este proceso de rendirse, sufrir, someterse y morir. Somos nosotros los hombres los que necesitamos ardientemente pasar por este proceso para ser librados del poder del pecado, y el único camino que tenemos es el del arrepentimiento, porque el verdadero arrepentimiento significa rendirse y morir al pecado. Es por esto que Dios se convirtió en hombre y tomó nuestra naturaleza humana para poder sufrir y morir, Su naturaleza de Dios se amalgamó con la naturaleza humana en una sola persona para someterse, rendirse, sufrir y morir por nosotros. Él lo pudo hacer esto a la perfección porque era verdadero Dios y verdadero hombre.
Esto es lo que Jesús estuvo experimentando en el huerto de Getsemaní, cuando sudaba gotas de sangre, estaba experimentando en su interior la podredumbre del pecado, y llevándolo a éste a través del camino que conduce a la condenación eterna.