Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaúm, los que cobraban el impuesto para el templo fueron a ver a Pedro, y le preguntaron: ¿Tu maestro no paga el impuesto para el templo? Sí, lo paga —contestó Pedro. Luego, al entrar Pedro en la casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Tú qué opinas, Simón? ¿A quiénes cobran impuestos y contribuciones los reyes de este mundo: ¿a sus propios súbditos o a los extranjeros? Pedro le contestó: A los extranjeros. Jesús añadió: Así pues, los propios súbditos no tienen que pagar nada. Pero, para no servir de tropiezo a nadie, vete al lago, echa el anzuelo y saca el primer pez que pique. En su boca encontrarás una moneda, que será suficiente para pagar mi impuesto y el tuyo; llévala y págalos. (Mt. 17: 24-27)
En este texto bíblico Jesús dice que básicamente los que deben de pagar impuestos son los extranjeros que vienen a lucrar del país que les ha abierto las puertas. Jesús ve con tristeza que los propios súbditos de una nación estén cargados de impuestos, como era en Israel en aquel tiempo; pero por el otro lado Jesús nunca alentó a la rebeldía, ya que a pesar de estar en desacuerdo le pide a Pedro que consiga el dinero para pagar.
Cuando una nación no vive del fruto del trabajo de todos sus habitantes, sino en gran medida a expensas de los impuestos de éstos, el curso del progreso y éxito de esta nación empieza a decaer, por cuanto más y más las personas entran al campo de entidades públicas, que en su mayoría son entidades de control y menos y menos al campo de la producción. Éstas desean trabajar en entidades públicas porque no hay riesgos, no hay peligro del clima, no hay peligro de una desleal competencia, no hay peligro de robos, etc. En cambio, por el otro lado cada fin de mes es seguro cobrar un cheque, aunque no encuentren la satisfacción de ver el fruto del trabajo de sus manos.
Toda la Biblia inspira a trabajar y obtener los ingresos con el fruto de las manos, ya que el camino más seguro hacia la pobreza es tener a mucha gente hablando de ésta.