La vara y la corrección dan sabiduría;
Mas el muchacho consentido avergonzará a su madre. (Prov. 29:15)
Por algunas décadas se viene enseñando que el niño no tiene una naturaleza egocéntrica desde que nace, sino que es bueno por naturaleza, y que por lo tanto no necesita de disciplina, ya que la virtud aparecerá por si sola. Con esta filosofía de vida se viene educando al menos a dos generaciones, teniendo ya adultos que son esclavos de sus deseos, jóvenes con adicciones de todo tipo y niños en potencia centrados en sí mismos. Esta realidad nos está llevando al desarrollo de vidas cada vez más autónomas, en donde nos consideramos los amos de nuestras vidas, y la única autoridad a la que hacemos caso.
Dentro de este contexto no hay fundamento para la ética, cada uno decide lo que es bueno y lo que es malo. No podemos defender una verdad, cuando cada uno tiene su verdad, y esto, porque como cultura hemos determinado que no existe un patrón de la verdad. ¿Cómo podemos pelear por la honestidad, por la imparcialidad, por la lealtad cuando no existe ninguna autoridad que sea digna de respeto atrás de estos principios? Debemos reconocer que antes lo había, pero, poco a poco nuestra cultura Cuencana ha ido quitando el fundamento de la ética por el miedo a que nos digan que somos personas religiosas si aseveramos que sostenemos tales principios porque Dios lo ha determinado.
Para entenderlo mejor, pongámoslo de esta manera: Si usted le sorprende a alguien robando algo de su prójimo y le amonesta diciéndole que está mal; pero de pronto recibe la respuesta: ¿Y quién lo dice? A lo que usted le responde: Le digo porque es bueno para todos, y sin embargo la persona se retira diciéndole: ¡Al diablo con su filosofía! La verdad es que no se puede apelar a cultivar la ética, sino existe la autoridad atrás de la misma, y la autoridad tiene que ser digna de reverencia y temor. Cuando nuestra sociedad ha sacado a Dios del dialogo cotidiano, de los centros educativos, de nuestro sistema judicial, entonces no debe sorprendernos del avance acelerado de la corrupción y la maldad.