Justicia y juicio son el cimiento de tu trono;
Misericordia y verdad van delante de tu rostro.
En verdad toda la humanidad se encuentra en oscuridad en cuanto a la gracia de Dios, por cuanto piensan que gracia significa indulgencia. Que cuando decimos que tenemos un Dios de gracia es lo mismo que decir que tenemos un Dios indulgente, quién sabiendo lo débiles que somos y que no podemos ser perfectos, acaba aceptándonos y perdonándonos a todos, pasando por alto nuestras faltas, así no más. Este es el sermón de la falsa gracia, por medio del cual el diablo adormece y engaña la conciencia de todo el mundo. De esta manera se convierte la gracia de Dios en blandura de carácter, destruyendo Su justicia y la verdad de Sus juicios.
Pero la Biblia enseña que la Gracia de Dios tiene que ver con sucesos como: El sudor de Cristo que era “como grandes gotas de sangre”, los azotes y burlas que soportó en la madrugada y mañana del día viernes, el grito desgarrador de “Padre mío, Padre mío porque me has desamparado”. Es por esto que cuando hablamos de la Gracia perdonadora, por medio de la cual Dios recibe al pecador en su comunión íntima; siempre debemos tener presente que Él, nunca concede esa gracia sino a través de la pasión y muerte de Su Hijo.
Es cierto que el corazón de Dios siente un inmenso amor y compasión hacia nosotros, sin embargo, eso no puede anular Su Justicia que es igual de grande, tal como dice el salmo 89:14: “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro.” Es por esto que no hay acceso a la gracia de Dios, sino únicamente a través de Su Justicia, justicia que él realizó al exponer a su Amado Hijo en el tormento de la cruz, tal como lo expresa Pablo en su carta a los Corintios: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” En Cristo fuimos hechos justicia, por lo tanto, si creemos que nosotros fuimos hechos justicia en Él, entonces somos salvos.