“Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa”. (Lucas 14.10)
Cuenta una historia, que una compañía alemana diseñó una vez lo que ellos consideraban la broca más pequeña del mundo para la perforación en acero la cual tenía el grosor de un cabello humano. Con mucho orgullo y poca modestia, los alemanes enviaron muestras de estas brocas a todo el mundo. De los rusos no se escuchó nada. Los americanos querían ya saber el precio. Pero los japoneses por su lado, retornaron la broca con una pequeña nota en la cual decían que se habían tomado la libertad de hacer una modificación. Al abrir el paquete los alemanes no pudieron notar dicha modificación. Sin embargo, después de analizar bien la broca notaron que los japoneses le habían taladrado un orificio que atravesada la broca de arriba abajo, haciéndola lucir como un sorbete cualquiera. Esto por supuesto, rápidamente acabó con el orgullo alemán. Muchas veces la manera en que andamos por la vida no es muy diferente a la actitud de los alemanes. Estamos muy orgullosos de lo que hemos alcanzado o decimos. De la cantidad de amigos en el Face, Instagram, o de todo lo que nosotros mismos hemos construido. Y luego, al ver todo esto nos sentamos “al frente de la mesa”, al frente de todos. Querido amigo, de vez en cuando, o tal vez más seguido que nuca, tenemos que volver a nuestros sentidos, a la realidad, y darnos cuenta de que no podríamos ni amarrarnos los zapatos, si Dios no lo permitiera. Tanto el ateo como el cristiano disfrutan de un día más de aliento porque Dios así lo quiere. Así que ten cuidado con tu actitud hacia la vida, no vaya a ser que te estés llevando el crédito que no te corresponde. La gloria toda, es de Dios. Recuerda, es mejor que alguien más te suba al primer asiento, y no que te bajen al último, en medio de la fiesta.