¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida? Porque el Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a lo que haya hecho. (Mt. 16: 26,27)
Parafraseando el dicho: “dime con quién andas y te diré quién eres” podemos también decir: “dime lo que crees y te diré como vives”. En verdad no podemos escapar a vivir diferente de lo que creemos; sino de acuerdo a lo que creemos, viviremos.
Por ejemplo, si creemos que somos accidentes cósmicos, o que somos el resultado de microorganismos evolucionados, de acuerdo a esta creencia viviremos, por lo tanto en lo moral nuestra vida no estará basada en principios absolutos, sino en “valores” relativos y circunstanciales. Pero, si por el contrario creemos que somos criaturas de Dios, nuestro diario vivir estará marcado por un temor reverente a los principios eternos de Él, y por lo tanto nos importará cada principio moral.
De la misma manera, si creemos que el ser humano es un peón de acciones y reacciones, y que el único propósito que tiene es manipular la materia prima, entonces nuestra vida estará marcada únicamente por el hacer economía, y no encontrará propósito en nada más que en asegurarse “los setenta años que vivirá”
En verdad la cultura a la que pertenecemos refleja también lo que creemos. Si como sociedad creemos que la causa de la tragedia moral es la pobreza, entonces todo pobre será visto como una víctima, y no como un ser con responsabilidad moral, por lo tanto no se lo desafiará a usar de todas sus capacidades físicas y morales para buscar mejores días para su familia, sino que se le enseñará que el Estado debe cubrir sus necesidades, convirtiéndose éste en el “dios” de ellos.
Es que las ideas tienen consecuencias, es por esto que las ideas que creemos y aceptamos hoy formarán a la siguiente generación, cumpliéndose la palabra bíblica que dice: “Todo lo que el hombre sembrare eso cosechará”.