De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (Ro. 7:17)
Antes de responder a esta pregunta debemos aclarar que Dios nos creó a su imagen para que seamos santos y vivamos bajo sus mandamientos, y en esta imagen estaba impresa la libertad para hacer nuestras propias elecciones. Sin embargo debido a esta libertad la raza humana abrió las puertas a la maldad por medio del pecado, y es así, que desde entonces cada hombre abre las puertas a la maldad debido al deseo egocéntrico que posee en su interior.
Sin embargo en la actualidad, se ha desechado la perspectiva bíblica del pecado, afirmando que el hombre es el resultado de la evolución, y que por lo tanto la moralidad se encuentra también en evolución. Según esta creencia, el ser humano es bueno por naturaleza, y no se corrompería si se desarrollaría en medio de las condiciones sociales correctas. Desde entonces se ha buscado explicar el pecado como resultado de la ignorancia, pobreza y las demás condiciones sociales negativas. Visto de esta manera, las malas acciones en la naturaleza humana no son resultado de la corrupción moral interna, sino del medio social en el que se desenvuelve; por lo tanto la respuesta a la maldad se encuentra en ajustar bien las condiciones sociales.
Este enfoque rechaza la justicia tradicional basada en la ley de Dios, y reduce a la ley a un conjunto de políticas sociales y económicas que aparentemente funcionan de modo óptimo. Entonces en vez de tratar a los seres humanos como agentes morales con deberes y responsabilidades, se les trata a los seres humanos como objetos a ser moldeados y manipulados. Con esta perspectiva se aumenta el control del gobierno, mientras que gradualmente se agota en los ciudadanos la responsabilidad moral, la iniciativa económica y la prudencia personal.
Cuando cerramos los ojos a la capacidad humana para el mal, no estamos construyendo los límites morales que son necesarios para protegernos de esa maldad. Por lo tanto debemos afirmar categóricamente que la causa de la maldad en el mundo no tiene que ver con las condiciones económicas y sociales, sino con el pecado