“Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles” Ef (3.1)
Si pudiéramos escoger un título por el cual la gente te llame ¿Cuál sería ese? ¿Doctor? ¿Ingeniero? ¿Pastor? ¿Economista? Etc. por su puesto, todos escogiéramos títulos que realcen nuestro orgullo o posición social. Pablo por su lado no tiene problema en identificarse a sí mismo como “prisionero de Cristo Jesús”. Cuando leemos el Nuevo Testamento nos damos cuenta que Pablo estuvo encarcelado algunas veces, incluso una de esas veces fue encarcelado en la prisión conocida como Mamertina o el Tullianum. Esta prisión era un lugar terrible conocido por tres cosas, suciedad, oscuridad y hedor. Esta celda era una celda profunda tallada en la roca sólida al pie del palacio, y consistía de dos cámaras, una sobre la otra y la única entrada es a través de una abertura en el techo. La cámara inferior era la de la muerte. Nunca entraba luz allí y nunca se limpiaba. El hedor tremendo y la suciedad producían un veneno fatal a los recluidos en el calabozo, y por esta misma razón no era raro que los presos se vuelvan locos o mueran. Desde este lugar y otros como este Pablo no tiene problema con llamarse “prisionero de Cristo”, un título que a muchos de nosotros nos avergonzaría. Lo triste sin embrago, es que muchos de nosotros si somos prisioneros, pero de cosas que nos destruyen y nos acaban como los celos, la envidia, el egoísmo, la falta de perdón, etc. y la realidad es que muchos de nosotros preferimos llamarnos doctores, pastores, abogados etc. y seguir siendo al mismo tiempo prisioneros del pecado. Hoy es bueno recordar que un buen título no es nada cuando se es prisionero del pecado, si es que en mi corazón reina la suciedad, la oscuridad y el hedor. Por otro lado, cuando esos pecados son entregados en confesión a Jesús, recién allí, cualquier título y cualquier otra cosa en la vida comienza a tener sentido y valer la pena. ¿De que eres preso tú? Siempre será mejor ser preso de Jesucristo.