… pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, (2Tim. 1:10)
Muchos piensan que la venida de Jesús a este mundo fue para arreglar nuestras vidas, de modo que podamos vivir nuestra vida aquí en la tierra lo mejor posible, que si nos toca vivir unos 70 años, la pasemos lo mejor, y es por esto que muchos se hacen evangélicos con la finalidad de prosperar en muchos aspectos de su vida. Piensan que si van a la iglesia y le siguen su vida prosperara económicamente, que cuidarán mejor su salud, que harán un buen trabajo como padres, que mejorarán sus relaciones interpersonales, etc. En verdad todo esto podrá suceder, pero como resplandor del impacto de haber recibido la vida que el Hijo de Dios nos imparte. Sin embargo decir que este resplandor es la vida misma del El Hijo de Dios es hacer una tremenda injusticia al mensaje de redención. Es como decir que el brillo del diamante es el diamante mismo.
Para entender esto mejor, debemos remitirnos al capítulo 3 del evangelio de San Juan, en donde tenemos el encuentro de Jesús con Nicodemo (principal de la nación Judía). Nicodemo en verdad tenía una vida completa en frente de su comunidad, era un hombre honorable por su vida moral, y para hacerle justicia debemos decir que era un padre ejemplar, un hombre erudito y servicial, ya que para ocupar el cargo que tenia debía ostentar de todos estos atributos. Sin embargo este hombre vio en Jesús, algo que él no tenía, por lo que se acercó secretamente para indagar lo que era. Y cuando lo hizo se quedo sorprendido de las palabras de Jesús: “Tienes que nacer de nuevo”, lo que en concreto le dijo fue: No tienes la vida de Dios, lo único que tienes es el esfuerzo propio de recrear una vida que te impresione a ti y a los demás, pero esa no es la vida, en verdad eres un cadáver viviente, porque la vida regeneradora de Cristo no está en ti.