Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios. (Lev. 19:2)
El relativismo no puede proporcionar un fundamento firme para una sociedad segura y ordenada. Es triste, pero en nuestra era relativista, hasta los cristianos han perdido de vista las categorías éticas de lo bueno y lo malo. Si todas las personas tienen la libertad de elegir para sí lo que consideran correcto: ¿Cómo puede una sociedad ponerse de acuerdo y hacer cumplir al menos estándares mínimos? Si no hay ley moral absoluta, ¿cuál es la motivación para ser virtuoso?
La creación nos dice que debemos nuestra existencia a un Dios santo, cuyo carácter es el estándar de lo que es justo, la medida de toda moralidad “Sean santos, porque yo el Señor su Dios soy santo” (Lev.19:2). En cambio la visión relativista nos dice que debemos nuestra existencia a fuerzas naturales que actúan al azar, por lo tanto, no puede haber fuente última de normas morales.
La caída del hombre nos dice que somos propensos al mal y que entonces necesitamos límites morales para que funcione la sociedad. Pero por el otro lado, el relativismo afirma que como la gente es buena, se puede formar una sociedad virtuosa, tan solo creando las estructuras sociales, políticas y económicas apropiadas. Frente a esto la historia nos revela que solo se trata de un utopismo, ya que sin responsabilidad moral individual solo se llega al caos, en la cual la sociedad sólo puede ser mantenida a raya a través de la represión férrea, donde no hay fuerza policial lo suficientemente grande como para controlar a cada individuo.
Solo la visión cristiana del mundo provee una ley moral absoluta que nos permite juzgar entre lo que está bien y mal. Trate de preguntar a sus amigos relativistas ¿Cómo deciden lo que deben hacer? ¿Qué principios éticos siguen? ¿Cómo saben que esos principios están bien? ¿En qué autoridad se apoyan? Sin absolutos morales, no hay una base real para la ética. La idea de lo bueno y lo malo sólo tiene sentido si hay un estándar final, una vara de medir por la cual podemos efectuar juicios morales.