Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.
Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. (Heb. 12: 6-8)
Solo a través de la disciplina se forma hijos de virtud, pero si la sociedad actual no cree que los niños necesitan disciplina, entonces no debe sorprendernos a donde hemos llegado. No debe sorprendernos el aumento de las adicciones, la criminalidad y la insensibilidad moral.
A un niño no hay que enseñarle a mentir, a ser egoísta o a hacer lo que no debe; estas cosas brotan con toda naturalidad. Cada dulce, inocente y mimoso bebe posee en su interior la constante tentación de llevar a cabo el fuerte deseo del pecado. Bajo el control de su naturaleza egoísta, el niño está por completo centrado en sí mismo; él desea lo que desea en el momento que lo desea. Si alguien pone en duda que los niños tienen esa inherente naturaleza, solo tiene que observar a niños sin disciplina en acción. Imagínese a dos niños solos en una habitación con un solo juguete de igual interés para los dos. Así mismo considere a un niño a quien se le ha permitido tomar la decisión en cuanto a la hora de acostarse o en cuanto a cualquier otra cosa que no desee hacer (bañarse, hacer las tareas de la casa o estudiar). Estos ejemplos ilustran la realidad del impulso del niño hacia la autogratificación.
Entonces un niño dejado a la merced de sí mismo o no refrenado por sus padres, está sujeto al control de su naturaleza egocéntrica. Cuanto más tiempo se le permita a un niño crecer sin restricciones, mas esclavo llegara a ser de su propia permisividad. Seria cruel no ayudarle a controlarse. Si los padres quieren que sus hijos tengan éxito en la vida, deben procurar formar en ellos las virtudes como: La prudencia, el domino propio (la antigua “Templanza”), la fortaleza (la capacidad para resistir el sufrimiento), etc.