Huye también de las pasiones juveniles… (2 Tim. 2:22)
En el artículo anterior mencionamos, que el instinto sexual tal como está en el presente nos da mucho de que avergonzarnos. Para entender esto permítanme poner un ejemplo con el instinto de comer: No hay nada de qué avergonzarse en el hecho de disfrutar de la comida, pero sí habría de qué avergonzarse si la mitad del mundo hiciera de la comida el mayor interés de su vida y pasara el tiempo mirando fotografías de comida, babeando y chasqueando los labios. Sabemos que esto no es culpa únicamente de la generación presente. Nuestros antepasados nos han legado organismos que se han torcido en este aspecto, y crecemos rodeados de propaganda en favor de la libertad sexual. Hay gente que quiere mantener nuestro instinto sexual inflamado para sacar dinero de ello. Porque, naturalmente, un hombre con una obsesión es un hombre que tiene muy poca resistencia a lo que pueda vendérsele. Sin embargo, Dios conoce nuestra situación, pero antes de que podamos ser curados, debemos querer ser curados. Aquellos que realmente desean ayuda la obtendrán.
En realidad hay tres razones por las que ahora nos es difícil conseguir la castidad. En primer lugar, nuestra naturaleza caída, los demonios que nos tientan y toda la propaganda contemporánea en favor de la lujuria se combinan para hacernos sentir que los deseos a los que nos resistimos son tan «naturales», tan «sanos» y tan «razonables» que es casi perverso resistirse a ellos. El internet y todos los medios de comunicación, asocian la idea de la permisividad sexual con las de la salud, la normalidad, la juventud, la franqueza y el buen humor. Sin embargo esta asociación es una mentira que pretende convencer que todo acto sexual al que te sientes tentado es saludable y normal. Y esto, desde cualquier punto de vista, es una insensatez. Ceder a todos nuestros deseos evidentemente conduce a la impotencia, la enfermedad, los celos, la mentira y a todo aquello que es lo opuesto a la felicidad. (Parafraseado del libro: Mero Cristianismo)