El diagnóstico de nuestro corazón.

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Pero lo que sale de la boca viene del corazón y contamina a la persona. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. (Mt. 15: 18,19)

El ser humano que debido a su herencia cristiana no ha dado rienda suelta a la inmoralidad, vive en la falsa seguridad de su propia «inocencia», ya que piensa para sí: “Nunca he sido un sinvergüenza y malvado como otros, por lo tanto esta declaración que Jesús hace del corazón humano no tiene que ver conmigo”. “Yo nunca sentí en mi corazón ninguna de esas cosas terribles que habla Jesús”

Si Jesucristo no es la autoridad suprema del corazón humano, entonces Él no es digno de que le prestemos ninguna atención.

Si Jesucristo no es la autoridad suprema del corazón humano, entonces Él no es digno de que le prestemos ninguna atención. Por lo tanto debemos preguntarnos: ¿Estaba equivocado Jesús, o El tiene la correcta apreciación del corazón humano? Por lo general, aquellos que piensan que estaba equivocado, tienen una mezcla de cobardía y del sentido de protección que les brindan sus buenos modales y educación. Pero, cuando estas mismas personas quedan expuestas a la luz de Dios, encuentran que Él tiene razón en su diagnóstico.

Por lo tanto, ¿Estoy listo para confiar en el diagnostico que Jesús hace de mi corazón, o prefiero confiar en mi «ignorancia inocente”? Si pongo a prueba la inocencia de mi vida de la cual estoy consciente, probablemente me sorprenda de manera desagradable por la verdad de las palabras de Jesús, y sentiré pánico al descubrir la iniquidad y la perversidad que hay en mí. Entonces, lo único que me provee verdadera protección es la redención de Jesucristo. Por lo tanto, si me someto a Él, nunca tendré que experimentar el malvado potencial que encierra mi corazón. La pureza es demasiado profunda para que yo la pueda alcanzar por medios naturales. Pero cuando el Espíritu de Dios entra en mí, coloca en el centro de mi vida el mismo Espíritu que se manifestó en la vida de Jesucristo, es decir, el Espíritu Santo, quien es completamente puro y sin mancha.