He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre. (Sal. 51:5)
Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. (Mt. 15:19)
La criminalidad no es un problema sociológico sino moral. La criminalidad tiene que ver con gente que decide hacer lo que está mal. Es una falla moral de la persona.
Sin embargo por muchas décadas se ha enseñado que los seres humanos son meramente formas complejas de materia, donde la identidad lo consigue al relacionarse con otras formas de materia, es decir en la forma como ellos moldean cosas materiales o medios de producción, y donde el fundamento es la economía; mientras que todo lo demás_ la cultura, el arte, la religión, y la moralidad, son una mera superestructura que reflejan los interese económicos de la clase dominante. Y es debido a esta filosofía de vida, a esta clase de pensamiento que se llegó a deducciones equivocadas para detener la criminalidad. Por ejemplo el ministro francés de asuntos exteriores del siglo 19 Talleyran, llegó a la conclusión de que solo el temor detiene a la gente para no cometer crímenes, y por lo tanto colgaba cadáveres en la calle todas las noches para disuadir a las masas que no fomenten la revolución.
Pero al otro lado, la verdad es que la causa de la criminalidad no tiene que ver con fuerzas sociales y económicas. La dimensión moral trasciende las fuerzas sociales. Las personas son verdaderos agentes morales, y toman decisiones morales. La realidad nos muestra que en esencia las personas son seres espirituales, no peones de las fuerzas económicas. La historia nos muestra por ejemplo a través de los horrores del siglo 20 la realidad de la caída del hombre y del pecado, y que a pesar de conocer la ley los hombres no se sujetan a ella. Y por el otro lado que en lugares donde se han dado verdaderos avivamientos religiosos la criminalidad disminuyó, confirmándose que la criminalidad es el resultado de “elecciones morales equivocadas”.