«Bienaventurados los pobres en espíritu», (Mt. 5:3)
Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. (Mt. 5:8)
Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. (Mt. 5:41)
Si tomamos en serio las enseñanzas del Sermón del Monte, llegaremos a desesperar; y eso es precisamente lo que Jesús quería que suceda. Mientras nos justifiquemos a nosotros mismos creyendo que podemos poner en práctica las enseñanzas de nuestro Señor, Dios nos permitirá que sigamos hasta el punto en el que si somos honestos exclamaremos: ¡Señor, esto es imposible! Y es en este momento cuando estamos dispuestos a acercarnos como indigentes para recibir de Él las confortantes palabras: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Es la pobreza espiritual el principio número uno en el Reino de Dios. La piedra angular para entrar en el reino de Jesucristo. Cuando en la busque da de Dios llegamos al final de nuestras fuerzas donde admitimos: «Señor, ni siquiera puedo empezar a hacerlo». Entonces, Jesús nos dice: «Bienaventurados seréis”. Sin embargo ¡nos toma mucho tiempo creer que somos realmente pobres!
Por lo tanto, cuídate de considerar al Señor apenas como un maestro de moralidad. Si Jesucristo es sólo un maestro, entonces lo único que puede lograr es martirizarme cuando establece normas tan altas como las del Sermón del monte. Por ejemplo: ¿De qué sirve que me presente un ideal tan alto, si me resulta imposible alcanzarlo? ¿Para qué sirve que me ordene ser lo que nunca podré ser: Que sea limpio de corazón, que haga más de lo que me ha ordenado, o que me consagre completamente a Dios?
Es por esto que debo conocer a Jesucristo como Salvador para que sus enseñanzas dejen de ser únicamente un ideal elevado. Y cuando lo llego a conocer como Salvador, experimento que Su Espíritu se funde con el mío llevándome a ser uno con El, de tal manera que empiezo a ver que sus enseñanzas no son un ideal inalcanzable sino el fundamento de una vida de plenitud.