No tomarás en vano el nombre de Yavé, tu Dios, porque Yavé no dejará sin castigo a aquel que toma su nombre en vano. (Ex. 20: 7)
El Teólogo Sueco Rosenius Dijo: “No hay otro mandamiento de la ley de Dios que los hijos de este mundo consideren menos importante que el Segundo. Para los infieles no hay pecado menos comprometedor y menos grave que nombrar a Dios en vano”. Hoy en día también decir que esto es pecado, para muchos es una ridícula exageración. Sin embargo, Dios nuestro Señor tiene otra opinión, ya que El colocó este Mandamiento junto al primero y mayor, y por si esto fuera poco, agrego una terrible amenaza para el trasgresor, a saber: “…porque Yavé no dejará sin castigo a aquel que toma su nombre en vano.”
“La Nueva Versión Internacional” de la Biblia dice: “No pronuncies el nombre del Señor tu Dios a la ligera. Yo, el Señor, no tendré por inocente a quien se atreva a pronunciar mi nombre a la ligera”. Y en verdad el abuso más común es pronunciar su nombre a la ligera, de un modo tan superficial; a veces para expresar una emoción intensa, otras veces como un relleno superfluo, y en muchas ocasiones para dar credibilidad a algo que carece de verdad. De todos los pecados del mundo no hay otro que revele tanta liviandad como este, ya que saca a la luz el vacio y la superficialidad de la persona, mostrando que para ella, Dios no es más que un ligero soplo, y alguien sin importancia.
Pero, ¿Por qué el nombre de Dios es tan importante? Es importante porque nos habla de la naturaleza, la esencia y la historia de Aquel que es designado con éste nombre. No es un daño a la forma de pronunciar el nombre, sino es un daño a la reputación del Ser. Y lo más triste de todo esto, es que cuando tomamos en vano Su nombre, la humanidad se queda huérfana desconociendo a su Hacedor y Sustentador, a pesar de que El sigue inconmovible. Es por esto que estamos llamados a «Santificar el nombre» de Dios.