Muchas personas piensan en Dios como en “esa clase de personas que siempre están espiando para ver si la gente se divierte y entonces impedírselos” Y es esta idea la que se ha trasferido a la palabra “moralidad”, porque cuando se habla de moralidad la gente piensa con algo que interfiere, con algo que les impide pasarlo bien. Pero en realidad, las reglas morales lejos de impedirnos el “pasarlo bien” son instrucciones para el funcionamiento de la máquina humana. Toda regla moral está ahí para impedir un desperfecto, un esfuerzo desmedido o una fricción en el funcionamiento de esta máquina. Por eso al principio estas reglas parecen estar interfiriendo constantemente con nuestras inclinaciones naturales. Es por eso que cuando se nos enseña a utilizar una máquina, el instructor no deja de decir: «No, no lo hagas así», porque naturalmente pensamos que moviendo esta u la otra palanca, la maquina va a funcionar bien, lo cual resulta muy peligroso para la maquina, como lo es el no seguir las instrucciones morales para la maquina humana.
Por otro lado hay muchos que describen al hombre que intenta con todas sus fuerzas guardar la ley moral como a alguien que tiene «altos ideales», llevando a la gente de esta manera a pensar que la perfección moral es un gusto privado, y que por lo tanto el resto de la gente no está llamada a pensar de la misma manera, proyectando de esta manera un desastroso error. En verdad el comportamiento perfecto es tan difícil de alcanzar como lo es el perfecto cambio de marchas cuando estamos aprendiendo a conducir un automóvil, pero que sin embargo es un ideal necesario, que de no hacerlo así estropearía la máquina humana, Y sería aún más peligroso pensar en uno mismo como en una persona de «altos ideales» porque uno intenta no mentir en absoluto (en vez de decir sólo unas pocas mentiras), o nunca cometer adulterio (en vez de cometerlo muy de vez en cuando). En verdad no mentir en absoluto y no cometer adulterio beneficia grandemente a la felicidad del que lo pone en práctica.