“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6.12, 14-15)
Cuenta una historia que una mujer fue a ver a un pastor para pedirle un consejo y así poder mejorar su matrimonio. Cuando el pastor le preguntó cuál era la mayor queja que tenía en contra de su esposo, ella le contestó: “Cada vez que discutimos, mi esposo se pone histórico” El pastor entonces, la quedo viendo y le dijo: “Querrá usted decir histérico”, “No”, respondió ella, “quiero decir histórico, porque mi esposo guarda un registro mental de todo lo que yo he hecho mal, ¡y cada vez que se enoja con migo me da una lección de historia!”. Por su puesto eso no es perdón, eso es más bien, falta de perdón. Como vemos en los versículos de arriba Jesús nos enseña que el perdonar no es un opción sino más bien una obligación basada en el principio de que Él nos perdonó primero. Solo una persona que está realmente consiente de todo lo que Dios le perdona diariamente y le ha perdonado en el pasado, tiene la fuerza suficiente y entiende la obligación moral de tener que perdonar a los demás. Solo aquel que entiende y disfruta del perdón, puede realmente empezar a perdonar a los demás.
El perdonar por supuesto, no significa que estoy de acuerdo con lo que el ofensor me hizo, o que lo que me hizo no importa, o por último, que me olvido de lo que me ha hecho, no. Perdonar es un proceso activo que involucra una elección consciente de que ya no tengo que seguir odiando a alguien más, que tengo que dejar ir mi dolor, ira, frustración etc. Hoy es un buen día para entender el perdón de Dios, y empezar a perdonar los demás.