“Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —respondió Jesús—Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”. Juan 8:34-36
Un esclavo africano llamado Enam, fue trasladado a una nueva región para ser vendido. Cuando llegó a éste lugar, un poderoso y adinerado jefe lo compró. Al dirigirse a la mansión donde iba a vivir y trabajar se dio cuenta del hermoso paraíso al que había llegado. La casa principal era totalmente esplendorosa e igualmente todos sus alrededores: sus jardines, cultivos, campos y establos. Pasaron varios años que este esclavo sirvió en aquel lugar y fue de gran ayuda para su amo, siendo fiel en todo lo que hacía y llegando a tener una posición elevada entre los demás esclavos. Cuando su amo murió, pensó que tendría que empezar todo nuevamente en un lugar diferente, pero al contrario se le llamó a que estuviera presente en la lectura del testamento, y para su sorpresa el mismo decía: «A Enam, a quien quiero dejar todo lo que tengo, si acepta ser mi hijo”.
Muchas veces nosotros también actuamos como esclavos, el pecado nos ata de tal manera, que no nos sentimos dignos de alzar nuestros ojos y caminar erguidos. Nuestra conciencia nos ataca constantemente por tantas mentiras, calumnias, estafas, inmoralidades que cometemos. En Juan 8:36 se nos dice claramente que hay uno solo que nos puede librar de esa esclavitud del pecado…»Si el hijo los libera, serán verdaderamente libres». Y esto lo hizo Enam, dejó de ser esclavo y paso a ser hijo, con todos los derechos que la posición de hijo conllevaba. De igual manera, Dios quiere hacerte libre hoy, Él no quiere que sigas siendo esclavo de tu propia concupiscencia, sino que anhela tu libertad y por eso quiere en primer lugar que reconozcas tu condición de esclavo y luego que recibas la adopción de hijo y empieces a vivir como tal, sabiendo que un hijo se queda en la familia para siempre.