Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: !Abba, Padre! (Gal. 4: 4-6)
En este texto vemos Su nacimiento en esta tierra y nuestro nuevo nacimiento. En cuanto a su nacimiento claramente se expresa: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emanuel», ( Mt. 1:23). Y “El Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios», (Lc. 1:35). Jesucristo nació en este mundo, pero no procedía de este mundo. No surgió de la historia; entro en ella desde afuera. Jesucristo no es el mejor ser humano del que se pueda jactar la humanidad. Él no es un hombre que se hizo Dios, sino el Dios que se hizo hombre, el Dios que se manifestó en carne humana, el que entro en ella desde afuera. Aunque su vida es la más alta y sublime, Él entró por la puerta más humilde.
Sin embargo, la meta de la encarnación y redención vivida por Jesús en esta tierra era la de venir a morar en nuestros corazones, y formarse en cada uno de nosotros, tal como Pablo lo expresa: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gál. 4:19). Así como nuestro Señor entró en la historia humana desde afuera, también debe entrar en mí desde afuera. Por lo tanto, ¿He permitido que mi vida sea la aldea de «Belén» para el Hijo de Dios? Recuerde que no puede constituirse en Hijo de Dios, a menos que haya nacido de arriba mediante un nacimiento totalmente diferente al físico. «Os es necesario nacer de nuevo», (Jn. 3:7). La característica de alguien que ha nacido de nuevo, es que permite que Jesús gobierne su vida, y sea formado en el.