“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.” (Gal. 4:4,5)
La encarnación no fue la razón de su venida, sino el medio por el cual Dios iba a cumplir con la promesa de salvación para la humanidad. El niño Dios- Hombre tenía que crecer en este mundo caído bajo la presión de la injusticia, el dolor y el sufrimiento, para luego presentarse a Dios aprobado; es decir sin haber cometido pecado alguno, de tal manera que Dios pudiera poner sobre El, el pecado de toda la humanidad, y de esta manera hacernos justicia.
No fue la navidad sino la cruz la razón de la encarnación. Por lo tanto aunque es muy justo regocijarnos del nacimiento del Salvador cada navidad, sin embargo no debemos quedarnos con el niño de Belén; sino más bien avanzar hasta el propósito de su nacimiento que es su muerte expiatoria, como sustituto de todos los hombres.
Decir que, a Jesús le sobrevino repentinamente su muerte es interpretar tan equivocadamente la historia. Hay una tremenda diferencia entre ser un mártir, y entregar voluntariamente la vida. Un mártir es aquel que de pronto sufre la muerte luchando por una causa; en cambio Jesús vino a este mundo enviado del padre con la sola finalidad de ir al tormento de la cruz. El sabía que tenía que recibir en su cuerpo la ira de Dios sobre el pecado de la humanidad, estaba consiente todo el tiempo que tenía que ir a la cruz por obediencia a su Padre, tal como El mismo lo expreso: ”…He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará. Pero ellos nada comprendieron de estas cosas,…” (Lc. 18:31-34)