“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Apocalipsis 3.17)
Martin Lutero sabiamente dijo: “He tomado muchas cosas entre mis manos, y todas ellas las he perdido. Pero cualquier cosa que he puesto en las manos de Dios, todavía la conservo”. El consumismo y el materialismo de este mundo, nos han hecho creer que la riqueza tiene que ver con abundancia de dinero que poseemos, que ser rico, es ser capaz de comprarlo todo. Bíblicamente hablando, esto no puede estar más lejos de la verdad. Ser rico desde la perspectiva de Dios, no tiene que ver con el hecho de tener o no tener algo, sino más bien con el hecho de tener o no tener a alguien, en este caso a Jesús. Sin embargo, esta verdad es algo que hemos olvidado y que incluso suena ridículo en los oídos de este mundo.
Hoy es un buen día para recordar que los estándares de Dios para la riqueza son muy diferentes a los de este mundo, y que la riqueza es un buen siervo, pero un pésimo amo. Que las riquezas en sí mismas no son malas, pero al juntarse con nuestros corazones orgullosos y faltos de madurez, nos vuelven independientes de Dios, y dependientes de ellas.
La clave para no perderse en medio de tanto consumismo y materialismo es tratar de encontrar la verdad que encontró Lutero. Que las riquezas materiales se quedan aquí, se pudren, se acaban, se pierden y se desvanecen. Pero que la riqueza espiritual más grande, que es Jesús y lo que él nos trae, es algo que siempre conservaremos, y allí es donde debemos apuntar. Dejar a Jesús por cualquier riqueza o sueño material por más grande que sea, sería permanecer desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Sería dejar lo superior por lo inferior, es dejar al Creador, por su creación.
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