“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.” Santiago 1:2–3
Martín Lutero escribió una vez “el fuego no disminuye la calidad del oro sino que, removiendo cualquier suciedad lo purifica y lo hace más brillante. De igual manera Dios pone la cruz sobre el cristiano con el fin de purificarlo y limpiarlo bien, para que su fe se mantenga pura. Todos necesitamos de esta purificación en gran manera…”
A nadie le agrada pasar por las pruebas, y peor aún, si es que estas están acompañadas de dolor y sufrimiento. A esto, se suma el hecho de que vivimos en la cultura que idolatra el placer. Una cultura donde nuestra filosofía y nuestro lema es “todo lo que produce placer es bueno, y todo lo que produce dolor es malo”. Pero esto no es lo peor, lo peor viene cuando añadimos a Dios dentro de esta ecuación. Al hacerlo, llegamos a la conclusión de que, si Dios me causa dolor, entonces es porque Dios debe ser malo.
Qué manera más antinatural y absurda de pensar. Nada puede estar más alejado de la realidad, porque la verdad del caso es que, “no todo lo que me produce placer es bueno, y no todo lo que me produce dolor es malo.” Todos sabemos que el dolor es excelente cuando mi cuerpo tiene que saber que algo anda mal y necesito ser sanado. El mismo principio se aplica también a mi vida espiritual, el dolor y el sufrimiento de la prueba son excelentes informantes de que algo en mi vida necesita sanidad.
Si Dios causa dolor y sufrimiento no es porque es malo, después de todo el diablo nos provee de todo placer existente y no por eso decimos que es bueno. Dios es amor, y todo lo que viene de él es bueno, incluyendo la prueba la cual generalmente está acompañada de sus hermanas, dolor y sufrimiento. Lo único que Dios quiere con todo esto, es “oro más puro”, un creyente con una fe más fuerte y sana, lo cual lastimosamente, en un mundo lleno de tanta impureza y pecado, no es posible sin que tengamos que pasar por el fuego. Tan extraño como pueda parecer, las pruebas no son una señal de que Dios nos odia, sino de que nos ama.
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