¿Tiene la ley poder para cambiar? (segunda parte)

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“Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a mi alcance.  En mi interior me gusta la ley de Dios, pero veo en mí algo que se opone a mi capacidad de razonar: es la ley del pecado, que está en mí y que me tiene preso.” (Ro. 7: 21-23)

En este texto se muestra claramente que no se puede hacer buenos a los hombres por ley, pero al mismo tiempo sin hombres buenos no se puede tener una sociedad buena. El mundo entero está poniendo su esperanza en la ley para el cambio social, es por esto que se escriben nuevas constituciones y otras se reforman con la finalidad de “reglamentar casi todo y así alcanzar una sociedad más justa.” Pero a pesar de esto, muchos se preguntan: ¿Por qué la ley y el orden no tienen la misma importancia del pasado? Y ¿Por qué después de ensayar muchos cambios parece que nada funciona para que mejoren las cosas?

Por lo tanto mientras los individuos no cambiemos por dentro. ¿De qué sirve aplicar más reglas para un buen comportamiento social, si sabemos que, de hecho, nuestra codicia, nuestra cobardía, nuestro mal carácter y nuestra vanidad van a impedirnos que las cumplamos?

En nuestro país por décadas se ha puesto una gran esperanza en los diferentes sistemas de gobierno, esperando un cambio significativo en el comportamiento social. Hasta hace unos diez años el clamor generalizado de la gente se expresaba más o menos así: “Necesitamos un gobierno duro para que mejoren las cosas” Sin embargo cuando ya se ha escrito mas reglas y se las está aplicando con mas rigurosidad, la sociedad empieza a clamar por libertad, por cuanto al sentir el peso de tantas reglas descubre la pérdida de ésta, y lo que es peor, descubre que ya no es un ser confiable, y un ser no confiable es aquel que ha perdido su dignidad, por lo que no se le puede pedir frutos de justicia.