En el artículo anterior empecé a dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Puedo dejar atrás mi cobardía?, ¿Puedo dejar atrás mi orgullo? ¿Puedo dejar atrás este carácter que me cargo?, ¿Puedo dejar de ser pretencioso y falso?, ¿Puedo vencer mi avaricia, celos y envidia?, y ¿otras cosas que me aquejan?
Mi primera respuesta es que es posible únicamente por la vía de la muerte a la naturaleza de pecado que mora en nosotros y que lo tenemos desde que nacemos como lo dice el salmista: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5). Pero al decir por la vía de la muerte no significa que esta naturaleza de pecado desaparece de nuestro interior, sino más bien significa que luchamos con nuestra voluntad para que esta naturaleza egocéntrica no controle o gobierne nuestra vida, y al mismo tiempo rendimos nuestra vida a Dios, quien por medio de su Santo Espíritu anhela gobernarnos. Cabe mencionar que esto es posible únicamente para aquellos que han recibido el Espíritu de Dios.
Sin embargo otros piensan que ya, que no podemos eliminar a esta naturaleza pecaminosa de nuestro interior, lo que si podemos hacer es mejorarla, a lo que Jesús responde de la siguiente manera: “Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo, y se hace peor la rotura.” (Mr. 2:21) En otras palabras lo que Jesús está diciendo es que es imposible mejorar algo que es de naturaleza mala.
Es por esto que Jesús no midió al ser humano por su grado de moralidad, sino mas bien por el rendir la vida ya sea a la naturaleza egocéntrica o a Dios, al expresar enfáticamente: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego”. (Mt. 7: 16-19)