Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Jn. 1:14)
El apóstol Juan en su evangelio describe a Jesús el Hijo de Dios como el Verbo de Dios, es decir como el agente de Dios por medio de quien hizo el universo.
Que el Verbo se hizo carne, no es otra cosa que Dios se hizo hombre; el Hijo divino se hizo judío; y el Todopoderoso apareció en la tierra en forma de un niño indefenso, necesitado de todas las atenciones de su madre, haciendo los movimientos y ruidos característicos de un bebe, y teniendo que aprender a hablar como cualquier otro niño. Y en todo esto no hubo ilusión ni engaño en absoluto: La infancia del Hijo de Dios fue una absoluta realidad.
El niño que nació en Belén era Dios hecho hombre, un ser humano real y verdadero. No había dejado de ser Dios. No era ahora Dios desprovisto de algunos elementos de su deidad, sino Dios más todo lo que había hecho suyo al tomar sobre si la humanidad. “La Deidad y la Humanidad fueron unidas en una sola persona, para no ser separadas jamás”.
El niño que nació en Belén era Dios hecho hombre
Aquel que había hecho al hombre estaba ahora probando lo que era ser hombre. Aquel que hizo al ángel que se convirtió en diablo se encontraba ahora en un estado en el que podía ser tentado – más aun, no podía evitar el ser tentado – por el diablo. Así que el Hijo Eterno de Dios fue hecho en todo semejante a nosotros para llegar a ser el autor de nuestra salvación, como lo expresa el autor de la carta a los Hebreos: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (Heb.2:14,15)