(1 Juan 4:19) “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero”. La iglesia ama deliberadamente a Jesús, en respuesta al amor que ella recibió de su Salvador. De igual manera cuando el esposo ama sacrificialmente a su esposa, como Jesús lo hizo por la iglesia, no habrá esposa que no retribuya grandemente a este amor.
Dios diseño a la mujer para que sea amada
Nuestra cultura pone el énfasis en el “yo te amo, si tú me amas”, mostrando de esta manera que para que vaya bien un matrimonio se necesita el aporte de un cincuenta – cincuenta de cada uno. Sin embargo es mejor que no sigamos esta regla matemática, sino la fórmula del orden de Dios. Donde se nos ordena que los esposos amemos a nuestras esposas no solamente cuando éstas se lo merezcan o sean dignas, sino específicamente cuando no se merezcan ni sean dignas de amor. Es esta fórmula, la que lleva a un matrimonio feliz.
Cuando un esposo ama sacrificialmente a su esposa, lo primero que aparece de parte de ella es admiración y respeto, que no es sino una de las necesidades más apremiantes de la masculinidad. Cuando una mujer es amada así, no tiene límites en retribuir a su esposo en todo aspecto. Dios diseño a la mujer para que sea amada, y cuando esto sucede tiene el combustible para lanzarse y acompañar a su esposo aun en las misiones más imposibles. Este amor despierta en ella la capacidad de elevar a su esposo a visionar metas que de otra manera nunca lo lograría.
Una mujer amada es cautivante a tal punto, que incentiva en su esposo e inyecta en él la motivación para ir juntos a través de los más grandes sufrimientos. Es por eso que el Rey Salomón dedicó una buena parte de sus proverbios a exaltar a la mujer virtuosa diciendo: “Muchas mujeres hicieron el bien; más tu sobrepasas a todas” (Proverbios 31:29)