Mi cuerpo, mi sacrificio

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“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. (Romanos 12.1)
En el Antiguo Testamento Dios había ordenado los sacrificios de animales. Estos sacrificios se caracterizaban especialmente por dos cosas: Primero, por su calidad (eran perfectos), y segundo, por su propósito (eran solo para la adoración). Como todos sabemos esta clase de sacrificios ya no son necesarios, porque el sacrifico final (Jesús), ya fue ofrecido para todos, y de una vez para siempre. Sin embargo, Pablo dice en el versículo de arriba que aunque ya no estamos llamamos a sacrificar animales, sí estamos llamados a sacrificar algo más. En este caso, lo que sacrificamos son nuestros propios cuerpos. Pero Pablo dice algo más, que al igual que los sacrificios de la antigüedad, los nuevos sacrificios (nuestros cuerpos) tienen que cumplir con ciertas características. Primero, tienen que estar llenos de vida, lo cual significa que cuando traemos nuestros cuerpos en adoración traemos nuestros pensamientos, nuestras voces, nuestras emociones, nuestras ganas, etc., todo lo que nos hace estar vivos. Segundo, tiene que ser santo: la palabra santo quiere decir apartado de toda contaminación y apartado para Dios. Es decir, no le ofrecemos a Dios cuerpos que todavía están completamente bajo el poder del pecado. Tercero, tiene que ser agradable a Dios: es decir que cuando Dios lo vea frente a su altar, le produzca gozo, alegría deleite etc., y no repugnancia. Ahora, la pregunta esta mañana es ¿Qué clase de sacrificio le hemos estado trayendo Dios domingo a domingo a la iglesia? Y ¿Qué clase de sacrificio le estamos presentando cada día a él? Las buenas noticias son que Jesús ha pagado ya por nuestro pecado y nos ha hecho aceptos al Padre, capacitándonos al mismo tiempo para presentar mejores sacrificios diariamente. Así que Pablo nos llama esta mañana a presentarle un mejor sacrificio a Dios cada día. Una vida entera vivida a la luz de la Biblia. Como creyentes tenemos la capacidad de hacerlo. Es hora de dejar las sobras para alguien más, y darle lo mejor y todo de nosotros al señor en sacrificio vivo, santo y agradable.