El perdón de Dios

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«En Él tenemos… el perdón de pecados…» (Efesios 1:7)

En Jesucristo y solo en Él, tenemos el perdón de pecados. La muerte de Jesucristo es el cumplimiento histórico de lo que había en la mente misma de Dios. No cabe la posibilidad de considerar a Jesucristo como un mártir. Su muerte no fue algo que le sucedió y que se hubiera podido evitar. Su muerte fue la razón fundamental por la que Él vino. Dios no podía perdonarnos de ninguna otra manera, sino mediante la muerte de su Hijo. Cuídate de caer en una visión placentera de la paternidad de Dios, diciendo: «Él es tan bueno y amoroso que por supuesto nos perdonará». Ese pensamiento, basado solamente en la emoción, no tiene ninguna cabida en el Nuevo Testamento. La única base sobre la cual Dios nos puede perdonar es la terrible tragedia de Cristo en la cruz. Situar nuestro perdón en cualquier otro terreno es una blasfemia inconsciente. La única base sobre la cual Dios puede perdonar nuestro pecado es mediante la cruz de Cristo, y de ninguna otra manera. El perdón, que aceptamos tan fácilmente, tuvo un costo: la agonía del Calvario. El perdón es el milagro divino de la gracia, lo cual le costó a Dios la cruz de Jesucristo. Para perdonar al pecador y permanecer como el Dios Santo, tenía que pagarse el precio, es por esto que Dios no puede perdonar sin la expiación; si lo hiciera contradiría su naturaleza. La única manera de obtener el perdón es aceptando el sacrificio de Cristo que fue realizado a favor de cada persona que ha existido en este mundo. El perdón divino sólo es posible en el reino sobrenatural. Cualquier experiencia religiosa resulta pequeña, cuando la comparamos con el milagro del perdón de los pecados. La santificación es sencillamente la maravillosa evidencia del perdón en una persona. Es por esto que, lo que activa la más profunda fuente de gratitud en un ser humano es que Dios haya perdonado nuestros pecados. Pablo nunca se apartó de esta verdad. Una vez que tú descubres todo lo que le costó a Dios perdonarte, te sentirás sujeto, como en un torno, constreñido por el amor de Dios.