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El evangelista de la gracia de Dios. (Primera parte)

Martin Lutero es una figura cuya comprensión es fundamental para todos los cristianos. Su mayor importancia para nosotros radica en que fue un instrumento en las manos de Dios para la reforma de la Iglesia. Su tarea como reformador no fue de una actitud rebelde, sino que surgió de una convicción profunda y urgente de regresar a la Palabra de Dios. A la Sagrada Escritura que nos revela a Cristo, el Dios encarnado que muere y resucita por nuestros pecados y para nuestra redención.

Martin Lutero nace el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben (Sajonia, Alemania). Sus antepasados pertenecen a la tierra, pues son campesinos. La sencilla y estricta disciplina familiar, caracterizada por el amor, la piedad y la devoción lo acompañó en sus primeros años, y durante su juventud aprendió a tener un profundo sentido de responsabilidad ante el Juez Divino.

Sus años de estudio en Erfurt, donde se matriculó en abril de 1501, lo muestran como un estudiante sediento de saber y a la vez alegre y dado a la música, aunque sencillo y melancólico. En 1505 recibe el título de Magíster (Facultad de Arte) y en julio de ese mismo año le sobreviene una larga crisis espiritual. La caída de un rayo lo enfrenta con la muerte, hecho terrible para el hombre medieval, ya que tras este incidente ve el Juicio de Dios, y es por esto que pronuncia el voto de hacerse monje; al mismo que permanece fiel a pesar de la oposición de su padre y a pesar de sus dudas y temores. Es en este mismo mes que pidió ser admitido en el respetado convento de la orden de los agustinos.

Al hacer esto Lutero entregaba toda su libertad de decisión en manos de sus superiores. El hombre que se perfilaba como un futuro abogado limpia el piso y las ollas del convento. Todo lo hace esperando en la promesa de la Iglesia medieval que por la vida monástica, llegaría a sentir el amor de Dios y la comunión con El. Hecho que nunca lo experimentó a través de este medio – (F)