¿Está desperdiciando su vida?

Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.

En abril de 2002 Ruby Eliason y Laura Edwards murieron en Camerún, al oeste de África. Ruby tenía más de ochenta años. Fue soltera toda su vida, pero toda su pasión estaba volcada en una sola cosa: hacer que los pobres, los enfermos y los más alejados del mundo conocieran a Jesucristo. Laura era médica, viuda y tenía casi ochenta años. Las dos servían juntas en Camerún. Un día fallaron los frenos de su automóvil y cayeron por un precipicio. Ambas murieron al instante. Al considerar estas dos vidas, ¿podemos decir que fue una tragedia? Dos vidas, encendidas por una misma pasión, la de vivir silenciosamente sirviendo para la gloria de Jesucristo, al tiempo que la mayoría de sus contemporáneos ya disfrutaban desde hace unos veinte años, la vida de descanso después de su jubilación. No en verdad, aunque estas vidas aparentemente terminaron en una tragedia, no hicieron de sus vidas una tragedia. Consideremos por el otro lado una historia publicada en la revista Selecciones de febrero de 1998, en el que se cuenta de una pareja que se retiró antes de tiempo dejando sus empleos en el norte del país cuando él tenía 59 años y ella 51, y se mudaron a Punta Gorda(Florida), en donde viajan en su yate de 10 metros de eslora, juegan al softball y recogen conchas en la playa, cumpliendo el sueño de gran parte los jubilados norteamericanos. Aparentemente esta clase de vida no se ve como una tragedia, sin embargo al llegar al final de sus vidas, de sus únicas y preciosas vidas dadas por Dios, y cada uno presentarse ante Cristo en el gran día del juicio con sus obras diciendo: “Mira, Señor mejoramos tanto en el softball, y mira las conchas que recogimos” Entonces sí se verá la tragedia de la vida, porque se darán cuenta que fueron diseñados para mucho más que eso y les dolerá ver cuánto desperdiciaron sus vidas. Hoy hay gente que gasta miles de millones de dólares para convencernos que vayamos tras ese trágico sueño. – (F)